Los vestigios de los primeros pobladores de las Terres de Lleida se remontan al neolítico y tienen un testimonio especial con las pinturas rupestres de la cueva de El Cogul, declaradas patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Los yacimientos de las Edades del Bronce y del Hierro son abundantes y dan paso a la época ibérica, cuando la región estuvo habitada por la tribu ilergete, con la única excepción del extremo oriental (Segarra), patria de los lacetanos.
Los ilergetes fundaron importantes poblados como el de Els Vilars (Arbeca), el de Espígol (Tornabous) u otros en Artesa de Segre y Balaguer, aunque su centro estaba situado en Lleida. Allí residían los cabecillas Indíbil y Mandonio, que jugaron un papel relevante durante la Segunda guerra Púnica (siglo III a.C.), con alianzas alternativas con cartagineses y romanos. La posterior dominación romana se vertebró, sobre todo, a partir de villas dedicadas a la producción agrícola, además de algunas poblaciones importantes como Àger y sobre todo Iesso (Guissona) e Ilerda (Lleida). Esta última ciudad dominaba una amplia región.
Los musulmanes tuvieron una presencia larga y profunda en las Terres de Lleida, donde introdujeron importantes tecnologías de aprovechamiento del agua, mejorías en los cultivos y una extensiva fortificación del campo. En este sentido, se dice que la Segarra y el Urgell son las comarcas con más castillos de toda Catalunya. Balaguer y Lleida se posicionaron como las ciudades más importantes durante los cuatro siglos que duró el dominio árabe. La poderosa taifa de Lleida fue un sólido baluarte contra los cristianos, que iniciaron la reconquista de este territorio desde el norte, gracias a las tropas del caballero Arnau Mir de Tost (siglo XI), que se convertiría en vizconde de Àger gracias a sus gestas. Buena parte de las Terres de Lleida quedaron deshabitadas en una especie de tierra de nadie.
El siglo XII fue el de la conquista cristiana, alcanzada por las tropas de los condes Ermengol VI de Urgell y Ramon Berenguer IV de Barcelona. Ambas casas se repartieron las tierras conquistadas e infeudaron buena parte de ellas a otros caballeros y estamentos religiosos. Entre los siglos XIII y XV, las posesiones de los condes de Urgell fueron pasando a la casa de Barcelona, unificando todo el territorio finalmente bajo la dinastía de los Trastámara.
Por el camino, Lleida ganó reconocimientos y privilegios de los reyes Jaime I, que creó la Paeria como órgano de gobierno local, y Pedro III. A pesar de las epidemias y las malas cosechas, el crecimiento de Lleida y su comarca fue sostenido durante el siglo XV, al menos hasta el estallido de la guerra Civil entre Juan II y la Generalitat (1460-72). Lleida vivió en primer plano el episodio previo del encarcelamiento del príncipe de Viana por parte del rey y la revuelta fue sonada. Juan II entró a Catalunya por las Terres de Lleida y estableció su cuartel general en Balaguer para hacer frente a las tropas de la Generalitat, acuarteladas en Cervera. Aquellas primeras batallas arrasaron amplias zonas de esta región.
El siglo XVI fue difícil. A pesar de que algunas zonas como la Segarra crecían gracias al cultivo del trigo, otras como la montañosa Noguera sufría con fuerza el ataque del bandolerismo, con destacados personajes como Joan Fortià lo Luterà o el Minyó de Montellà. También las pugnas entre nyerros y cadells afectaron con fuerza aquella comarca.
El siguiente hito importante en la historia de las Terres de Lleida fue la guerra dels Segadors (1640-52), que significó una gran destrucción. Todas las comarcas sufrieron ese conflicto, con episodios especialmente crudos en las ciudades de Balaguer y Lleida. Unos conflictos que se repetirían años más tarde con la guerra de Sucesión, en la que se produjo el peor asedio de la historia de Lleida (tres meses de 1707), que significó la ejecución de los 7.000 refugiados del convento del Roser venidos de los pueblos vecinos. La importante batalla de Almenar y la ocupación de Balaguer fueron otros capítulos de aquel conflicto que arrasó las Terres de Lleida.
Acabada aquella guerra, llegó un período de tranquilidad y progreso, con una gran demanda de vino y aceite. Las transformaciones agrarias fueron generales, con la introducción del regadío; y las mejorías llegaron a todos los aspectos de la vida, como por ejemplo las comunicaciones, con la construcción de la carretera Barcelona-Lleida-Madrid.
La guerra del Francés acabó con aquello e inauguró un siglo XIX convulso, en que las guerras carlinas también golpearon duramente a la población. En la parte positiva, la construcción del Canal d’Urgell, que trajo el regadío a los llanos más áridos y contribuyó al surgimiento de la población de Mollerussa, a partir del primer tercio del siglo XX.
La Guerra Civil de 1936-39 provocó un fuerte bache a las expectativas de crecimiento de las Terres de Lleida. La recuperación, de la mano de la industrialización no llegó hasta la década de 1960. El crecimiento económico ha sido lento pero sostenido en la tradición agraria de la comarca y, hoy en día, Lleida y sus alrededores es un importante centro industrial y comercial agropecuario.